viernes, 21 de marzo de 2014

Y en este juego... perdimos todos

A lo largo de mi vida he tomado múltiples decisiones, unas buenas, otras malas y también algunas más que peores. sin embargo me han llevado hasta este días, hasta este momento. Me han forjado, me han fortalecido, me han sensibilizado; me han hecho más humana o me han hecho apartarme y poner muros, distancia, tiempo de por medio.
Desde pequeña tuve que hacerlo. Estar eligiendo caminos, rutas, estilos de vida. Las opciones en ocasiones se me presentaban; en otras, tenía que crearlas yo misma y seguir adelante. Hace 20 años tomé un camino que me ha hecho feliz, realizada. No ha sido fácil. No por Migue que ha estado a mi lado y ha sido mi apoyo en todo momento. El me ha enseñado lo que valgo y lo que puedo ofrecer. Por él soy mejor persona día a día.
En este tiempo, he hecho cosas de las cuales me siento más que orgullosa; otras que no tanto y reconozco que he cometido errores que he tratado de enmendar en mi día a día.
No me considero una santa, menos una persona malévola que se ha dedicado a separar familias o a enemistar personas. Soy lo que se dice una simple pecadora estándar. Quien realmente me conoce, sabe que soy una persona que ha preferido hacer las cosas por si misma, que si no voy a aportar algo, tampoco resto. Y no ando por la vida buscando pleito con quien se me cruza en mi camino. Por como soy he sido dañada y reconozco que también he dañado.
Durante años he recolectado una buena cantidad de cicatrices que contribuyeron a que me hiciera más desconfiada. Me aparté de mucha gente que por no poder o no querer entenderme decidieron crear su versión de las cosas. Y de esas versiones se suscitaron una cantidad de situaciones desfavorables, en ocasiones para mi, en ocasiones para ellos. En este ridículo juego de supuestos perdimos todos.
Lamente, me reclamé y me reclamaron. Se tomaron atribuciones y yo me tomé la propia de alejarme. No me daré baños de pureza porque sería una hipocresía y no podría mirarme al espejo ni ver a los míos a los ojos. Pero aprendí a la mala que debería callarme y no reclamar, no poner puntos sobre las íes, no aclarar nada que me molestara; ya que eso ocasionaba mayores conflictos.
Y dolía, y mucho. Entre hacerme sentir que era malagradecida, desentendida, grosera, mala persona, que no era capaz de querer o respetar; yo respondía con mi desdén y falta de interés por ellos. Me alejaba e intentaba ser indiferente. En este ridículo juego de supuestos, perdimos todos.
Con el paso del tiempo, y la distancia, y el cansancio de no saber que hacer o que no; el sentimiento de derrota, de no pertenencia, llegaron las ganas de gritar, de confrontar, de acabar de una vez con todo, de reclamar un poco de respeto que se me negó desde el principio... de nuevo me veía de pie, en una encrucijada, otra decisión por tomar que no era fácil.
Y opté de nuevo por poner distancia. Era lo más sano. Ya ni llorar valía la pena, ya ni sentir tristeza, ya no era opción integrarme a otra familia...ya tenía ya la mía propia: mis esposo y mis hijos y me abracé con fuerza a esa esperanza, a esos seres que me llenaban con luz y alegría mis días.
Ya no me afano a ser aceptada por quien me demostró de muchas maneras que no era bien vista. Quien me hacia gestos de que me fuera, de que me callara. Ya no me importa si me saludan o no, si se retiran cuando llego, o si están esperando para preguntar si estoy estrenando o alguno de mis hijos, si mi música es considerada ruido o no, si mi casa está impecable o si tengo un altero de ropa gritando "plánchame"...  si me dicen que mi cabello está descuidado o mi persona. Si me critican porque no me maquillo o porque mi ropa ese día me hace ver flaca o se me nota la panza o el gordito; si ando descalza o en tacones; si quiero a mis hijos o aún no; si creen que los regaño cada 10 minutos o que los descuido; o que los programo respecto de los demás; o que quieran saber qué hacemos a dónde vamos, con quién; si soy o no suficiente para ellos; dejar de estar dando explicaciones a diestra y siniestra; no dar opiniones contrarias a las que esperan para quedar bien con todos...
Llegó un momento en que todo eso pasó. Y con sorpresa descubrí que ya no me provocan ni angustia, ni miedo, ni coraje, ni dolor, ni ganas de llevarles la contra... simplemente no me provocan... nada. Llegué al punto en que ni me alegro ni me molesto por ellos. Tienen y tendrán su lugar por lo que cada uno representa, pero no porque se lo hayan ganado o porque me inspiren o les admire. Y pido a Dios que no me convierta en una cínica que termine por ser a tal grado indiferente que terminen por no importarme en lo absoluto.
Solo sé que el daño se hizo. De ambos lados. Las cicatrices ahí quedaron y nada será igual. En este absurdo juego perdimos todos.
Y aquí estoy de nuevo en otra encrucijada. Pidiendo a Dios, paciencia y sabiduría para no enredarme de nuevo en este tipo de juegos. Que me ayude a aprender de lo pasado, a perdonar y a seguir adelante. Ver lo rescatable y aprender de lo perdido. Que me ayude a que si las cosas cambian dejar ese recelo y abrirme. A demostrar que tenemos y podemos dar mucho más.
Porque uno de los caminos que transité fue un  absurdo juego de poder en el que terminamos derrotados todos...